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Prólogos de un sueño dividido. (Parte 1/3)
Prólogo 1
Falso despertar.
¿Has soñado que corres de alguien pero por más que intentas, no puedes avanzar? Sus pies le pesaban y al mismo tiempo no sentía gravedad alguna. El eco de un llanto, oscuridad y frío, por sobre todo frío.
Por más que se volteaba a mirar, no lograba enfocar la sombra de seis patas que le perseguía furiosa, con sed de sangre y neblina por doquier. Y, aunque parecía haber un final del camino, no llegaba. Apretó los ojos, se mordió los labios queriendo gritar a pesar de no sentir dolor. Lagrimas. Saliva. Sudor.
¿Has escuchado un vibrar antes, durante o después de lograr dormir? Ondas que percutían sus oídos obligando a abrir sus parpados de golpe y encontrarse en su cama gritando, iluminado por el radiante sol que violaba sus cortinas.
Miró a todos lados agitado, intentando convencerse de que ya no estaba en aquella extraña pesadilla. Sus ojos golpeados por la luz se entrecerraban. Suspiró aliviado, se relajó un momento a pesar de la extraña sensación de silencio absoluto que a nadie gusta. Levantó sus manos para frotar sus ojos, pero no sintió nada, estaban ahí pero transparentes, incorpóreas ante su vista. Intentó salir de la cama, desesperado, pero al colocar el primer pie sobre el suelo comenzó a ser absorbido por un agujero negro. Su cama entera estaba flotando en el espacio infinito a segundos de desaparecer. A pesar del escaso oxigeno, al ver como cada una de las extremidades se desprendían de su cuerpo, un caos mental le hizo gritar desesperado.
-¡Oye! ¿Me estás escuchando?
Una voz femenina le hizo reaccionar y volver su atención a la hermosa chica sentada frente a él, en una mesita de aquella cafetería en París que todos queremos conocer algún día. Sonrío coqueto y asintió para seguir escuchándola. Algo le pareció gracioso, y estiro la mano para alcanzar su capuccino.
¡Sorpresa!
Carecía de dedos, es más, en lugar de su mano encontró una carcasa color azabache con pequeños vellos, alargada como la pata de un insecto. Buscó su reflejo en el ventanal del local y pasmado, cual Gregor Samsa, vio una gran cucaracha. Rápidamente miró a la gente a su alrededor para ver sus ante semejante aberración. Pero a nadie le importaba, sólo vivían su café entre conversaciones banales.
-¡¿Me vas a escuchar o no?!
Él ya no prestaba atención, anonadado se quedó mirando a la nada intentando entender todo.
John deseaba despertar, necesitaba hacerlo.
Prólogo 2
Guía.
La abrazó por detrás y le susurró al oído: Ya, ríete un poco. – Pero su mirada seria e ida no desvanecía, de hecho se iba haciendo gradualmente más amarga. Entonces, después de varios segundos y un resoplido, respondió.
– ¿Qué es lo más raro que has soñado?
– No sé, y si es que logró acordarme; pero quién piensa en ello…
– Siempre se puede, Claudia, siempre. Peor aún sí son cosas desagradables.
– ¡Despierta! La vida es esta, no los sueños o…. Pesadillas, lo que sean.
– Dormiría mejor sí su rostro no se apareciera cada noche…
– Otra vez con eso. ¡Superalo!
Un silencio incomodo entre ambas hizo que Helena se sintiera peor. Entonces Claudia tuvo una brillante idea, o por lo menos en su cabeza sonaba bien.
– ¡Durmamos juntas! No sería la primera vez…
Helena la miró con un gesto de desaprobación y disgusto.
– Sabes de sobra que eso no va a funcionar. ¿Vayámonos de aquí?
– Pero sí yo podría cuidarte, escucharte, evitar que te atormenten.
-¡No entiendes! No sé trata de que me acosen, se trata de «quién» lo hace… ¿Vamos?
– Todo sería más fácil si confiarás en mi. Somos amigas de hace mucho y nunca me buscas.
Claudia se levantó del pasto, se limpió el trasero, sacó su teléfono del bolso y comenzó a teclear. Helena seguía intentado desenredar sus pensamientos, pues eran tan difusos y claros a la vez. Ese sueño, ese mismo episodio que cada noche le hacía despertar desesperada, capitulo de su infancia que jamas pudo borrar. No sé trataba de no confiar en Claudia, era el miedo a parecer rara y por sobre todo, a hacerle daño.
-¿Sabes por qué a pesar de todo no me asusta dormir?… – dijo Helena. Claudia fingió desinterés y se limitó a asentir. -…Porque siempre hay una persona que intenta salvarme.
-¿Alguien en especial? – murmuro molesta Claudia, con sus ojos penetrando la pantalla de su teléfono.
-Una especie de guía… ¿Has tenido sueños raros?
-¿Raros cómo? – recitó curiosa.
– Como… Visitando… A alguien.
-¿Quién-hace-eso? – se burló – ¿Y qué tiene que ver con ese «alguien»?
Helena dio un gran suspiró, se levantó, tomó sus zapatillas y comenzó a caminar con ellas en la mano. Claudia, angustiada por la duda, le siguió.
– No me digas que sueñas conmi…
Helena se detuvo en seco, le miró fijamente y exclamó:
-Tu eres la guiadora…
Otro silencio incomodo. El parque verde, tal cual debiera estar en estas fechas, observaba tranquilo como el viento levantaba un poco el vestido primaveral de Helena. El césped húmedo dejaba un ambiente fresco que los pies descalzos de ambas quinceañeras agradecían. Claudia no entendía, ni siquiera sabia que hacer en un momento así. ¿Sonreír o disimular cambiando el tema? Pero Helena aún no terminaba la frase que tanto le costó formular.
-Enton…
-…Y la acosadora, a la vez. – sentenció Helena.
CONTINUARÁ…